Comunidad de Cauñicú celebró el We tripantu en la cárcel de Yungay

Cerca de 100 personas, entre mujeres, niños y ancianos, viajaron durante tres días desde Alto Bío Bío para festejar el We tripantu en la cárcel de Yungay, junto a los comuneros pehuenches que se encuentran condenados por delitos registrados en la comuna cordillerana.


 


 Mientras las etnias originarias de Chile ofrecían Nguillatunes (rogativas) por la renovación del nuevo ciclo que marca el solsticio de invierno en la noche de San Juan, la comunidad de Cauñicú emprendió un extenuante viaje desde el gélido Alto Bío Bío a la remodelada cárcel de Yungay, para acompañar a los suyos. De esta forma, cumplieron el deseo de abrazar por un momento a los trece pehuenches que el 3 de mayo recién pasado se entregaron voluntariamente a la justicia, acatando el fallo que dictó el Tribunal de Santa Bárbara por la muerte de los hermanos Agustina y Mauricio Huenupe-Pavián en el contexto de una brutal gresca registrada el 13 de julio de 2002 por un disputa de tierras, que la Corte Suprema interpretó como resolución ancestral de conflictos al acceder a una aminoración de condena. Fue el patio central del penal el epicentro de una fiesta religiosa que convocó a familiares y amigos de los pehuenches condenados, en compañía del presidente de la comunidad indígena de Cauñicú y del alcalde Alto Bío Bío, Félix Vita Manquepi. Canelos, banderas y piñones decoraron el ambiente y en el centro de la cancha una ofrenda en honor a Nnegechen (el espíritu) puso de rodillas a los comuneros mientras desplegaban oraciones al son del kultrún. CARLOS CURRIAO Mientras se vivía un ambiente cargado de espiritualidad que los funcionarios de Gendarmería observaron respetuosamente, se dio espacio a una conversación íntima con uno de los protagonistas de esta historia. Se trata de Carlos Curriao, quien expresó que añora desde la cárcel el deseo de volver a su tierra, contemplar las araucarias, sus cultivos y recuperar la vida sencilla que nunca esperó abandonar. - ¿Sirve este momento para abrir un espacio de reflexión? Sentí la presencia de Dios y con lágrimas en los ojos, le puedo decir que Él tocó nuestros corazones, con un sentimiento de perdón y tristeza. - ¿Cómo ha vivido su estadía lejos de su tierra, sus costumbres y seres queridos? Como se dice: "Desde aquí Damos luz al mundo". Encontramos en la cárcel un sitio tranquilo, de comunión, donde educarnos y aprender oficios que antes no conocíamos. Ahora trabajo el cuero y estoy sacando el 1° y 2° año medio. Agradecemos a Gendarmería que nos trajo a Yungay y no a un sitio tan violento como El Manzano. - ¿Recuerda cómo era la vida en el Alto Bío Bío? Allá vivíamos del trabajo en la tierra y el equilibrio natural con ella. De la nobleza que nos da el piñón y el centeno. Nos apartaron de lo más preciado. Algunos han perdido a sus hijos y mujeres. Se les fueron... - ¿Quisiera darle un mensaje a sus pares pehuenches en este día tan importante? La ciudad no es nuestro mundo; sí el campo porque ahí todo es natural y nuestra mente permanece sana; estamos lejos de la maldad y de una sociedad contaminada con malos hábitos. Hablo en nombre de los hermanos pehuenches que me acompañan: de Queupil, Maripil, Porteño, Huenupe Pavián, Gallina, Llancao y el mestizo Martínez. Estamos pagando nuestra deuda con la justicia y esperamos volver pronto a nuestra tierra en Cauñicú. En el patio central de la cárcel de Yungay y con la presencia de funcionarios de Gendarmería, tuvo lugar la fiesta religiosa que convocó a familiares y amigos de los pehuenches condenados. LO OCURRIDO EN JULIO DE 2002 Tal como informó oportunamente La Tribuna, el pasado 3 de mayo, escoltados por un gran contingente policial, llegaron hasta la Plaza de Armas de Los Ángeles los trece pehuenches condenados por el crimen de los hermanos Agustina y Mauricio Huenupe-Pavián, ocurrido en medio de violentos conflictos por la tenencia de tierras al interior de la comunidad indígena de Cauñicú, el 13 de julio del año 2002. Los condenados, fueron trasladados en buses, siendo acompañados por familiares, por el presidente de la comunidad indígena de Cauñicú y el alcalde Félix Vita Manquepi. Tras una rogativa, los pehuenches retornaron al tribunal de Santa Bárbara y posteriormente fueron conducidos a la cárcel de Yungay, donde hoy cumplen condenas de hasta 10 años de cárcel. En esa ocasión, el alcalde Félix Vita destacó que los pehuenches decidieron entregarse de manera pacífica, luego de conversar con sus familiares. “Ha sido un proceso que demuestra que la violencia no existe en nosotros, a diferencia de lo que plantea cierto grupo de personas políticas. Nosotros estamos abiertos al diálogo, pero también queremos justicia”, remarcó Vita, al agregar que es imperiosa la necesidad de contar con facilitadores bilingües en los tribunales, “porque muchas personas no saben cómo defenderse y están expuestas al aprovechamiento. Se debería incorporar facilitadores bilingües en los tribunales, para que bajen su tono, cuando interrogan a las familias”. Asimismo, el edil señaló que en el caso del crimen de Cauñicú, “el Consejo de Todas las Tierras, dividió el territorio. La comunidad de Cauñicú se sintió pasada a llevar, y planteó directamente que no querían intervención de terceros”. Caber recordar que la Corte Suprema aplicó el Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) para dictar sentencia definitiva en la investigación por los delitos de homicidio simple y lesiones graves y menos graves, perpetrados al interior de la comunidad mapuche Cauñicú, comuna del Alto Bío Bío, el 13 de julio de 2002. El máximo tribunal determinó rebajar la condena impuesta en primera instancia, al determinar que los delitos se produjeron en el marco de una solución ancestral de conflicto en las comunidades mapuches conocida como “malón”, que implica el desalojo violento de un lugar cuando no se cumplen con las normas de convivencia del grupo