El poeta Jorge Tellier estuvo en 1960 en Puerto Saavedra

El poeta Jorge Tellier estuvo en 1960 en Puerto Saavedra, el mismo año de la triple catástrofe. Entonces escribió:

Antes que de nuevo floreciera
la sangre en la piedra de sacrificio
había un puerto de días tranquilos
como ruidos de remos en el agua.

El 21 de mayo, a las seis de la madrugada con dos minutos, Chile se estremeció desde el Norte Chico hasta Llanquihue. Un sismo de 7.75 grados en la escala de Richter derrumbó casas, escuelas e iglesias, aplastando a cientos de personas. Media hora después, sobrevino un segundo movimiento y todo aquello que había resistido en pie terminó desplomándose. Ese fue el primer terremoto.

Allí había tiempo de sobra
para escuchar horas y horas el griterío de las gaviotas,
o buscar una vertiente para beber tras las cacerías de otoño,
o dormir largas tardes escuchando entre sueños
a los pinos de cara arrugada
que enseñaban a hablar a los primeros brotes de primavera.

Cinco para las tres de la tarde del día siguiente ocurrió el cataclismo. La tierra se agitó furiosamente durante diez minutos. En términos científicos, se trató de un movimiento telúrico de 9,5 grados en la escala de Richter, la mayor magnitud registrada en la historia sísmica mundial. Una lluvia copiosa sirvió de marco para los derrumbes, los incendios y las inundaciones. El cálculo final de muertos y desaparecidos nunca se ha sabido con precisión, pero nadie duda que la cifra se encuentre alrededor de los 10.000. Ese fue el segundo terremoto.

Hasta que de pronto todo volvió a ser como en el principio:
sólo el frío y el chillido de un pájaro,
sólo el ruido de las olas
rompiendo un esqueleto lanzado al roquerío.

A las cuatro con diez minutos, el mar comenzó a retirarse a toda velocidad para luego volver, a 200 kilómetros por hora, convertido en una ola de ocho metros. Puerto Saavedra casi desapareció de este mundo. Sus casas fueron arrastradas más de dos kilómetros tierra adentro. La mayoría de sus habitantes alcanzó a correr hacia los cerros, alertada por la sirena de bomberos, que aulló incesantemente. Cincuenta no se salvaron. Ese fue el maremoto