1er Lugar Cuento "Palabras a Los Andes"

 

 


Santa Rosa.

 

Cada tarde, Rosa se sienta en la misma banca de la plaza de Armas y toma aquella mano mientras mira el reloj de la iglesia.

A veces, Rosa se arrancaba del colegio. Treinta minutos antes de que tocara la campana del Liceo República Argentina, se escabullía por los muros para llegar antes que él a la escogida banca. Juan Miguel hacía lo mismo. Su reloj biológico le anunciaba el momento preciso para pasar por alto la seguridad del Liceo Max Salas. Llegaban al mismo tiempo y conversaban, pero sin mirarse mucho, algunas veces ella, más atrevida, acercaba uno de sus dedos hacia el meñique de él.

Juan Miguel y Rosa no tenían permiso para pololear, están muy chicos - decían sus padres-, por lo que sólo se podían ver durante los días de semana, cuando tenían clases. Jamás se habían observado mutuamente usando ropa de calle, el jumper y los pantalones grises configuraban un sello que el destino les había regalado, quizá sin ellos no se reconocerían.

Cuando llegaban los viernes se entregaban una carta manuscrita, para recordarse durante los eternos sábados y domingos que los separaban. Rosa tenía mejor ortografía, pero Juan Miguel poseía mayor facilidad para los versos.

Fue un diciembre, cuando en la misma banca, él le contó que tendría que hacer el Servicio Militar, no tenía muchas ganas, pero no dependía de él. Rosa mojó su jumper tanto llorar, a ella aún le quedaba un año en el Liceo, y pensó que no lo vería más. Siempre sabré donde encontrarte, mi Rosa roja - la consolaba.

Cada tarde, Rosa se sienta en la misma banca de la plaza de Armas y toma aquella mano mientras mira el reloj de la iglesia. Las manecillas avanzan y comienza a ponerse nerviosa. No llegará, yo sé que no llegará -dice en voz alta-. La mano que toma le hace cariño y le dice: -tranquila, abuelita, siempre estará con usted.

Rosa se mira y se pone a llorar, por esto no viene – dice - porque olvidé ponerme mi jumper, así nunca me reconocerá, yo no sé si ya habrá pasado por acá, usando su traje de milico.

Tocan las campanas de la Iglesia Santa Rosa, la nieta se para y estira su mano a Rosa, su abuela, para que ella haga lo mismo. Crucemos, mi colegiala –dice- tenemos que despedir al tata. Vuelven a sonar las campanas. Rosa mira a su nieta y se lamenta: -nuevamente no alcancé a verlo, tendré que entrar a clases.